Este blog tiene como objetivo compartir materiales y trabajos realizados por los alumnos de tercer año.
domingo, 5 de marzo de 2017
¿ QUIÉN CORRE CONMIGO?
Lee con atención el siguiente cuento.
A Elena le encantaba correr carreras.
Corría contra su hermano que gateaba.
—¡¡Gané!!
También corría contra su perro.
—¡¡Perdí!!
Desafiaba a su tortuga.
—¡¡Gané!!
Y no tenía miedo de correr contra su papá.
—¡Perdí!
No había nada en el mundo que le gustara
más que correr carreras.
Ni la tele.
Ni los helados.
Ni los libros dibujados.
Quizás fue por eso que Elena hizo pucheros cuando la mamá y el papá le dijeron
que tenía que pasar toda la tarde y la
noche en casa del abuelo Enrique.
—No quiero ir a lo del abuelo —dijo Elena—. Me aburro.
—Pero si tiene una casa con un jardín precioso —contestó el papá.
—Me aburro —dijo Elena, con capricho y
cara de trompa—. El abuelo apenas si
puede caminar. ¿Quién va a jugar conmigo? No tiene perros ni gatos, ni siquiera
una tortuga.
—Tiene unos libros fabulosos —dijo el
papá, que era el hijo del abuelo Enrique y
se había puesto triste con las palabras de
Elena.
—A mí me gusta correr. Y la vecina de al
lado también es vieja.
—No le hagas caso —intervino la mamá.
—Vamos, Elena, a casa del abuelo Enrique
y… ¡a pasarla bien! Que los chicos que
nunca juegan solos cuando sean grandes
van a ser grandes tontos.
"Así fue como Elena tuvo que ir igual a casa
de su abuelo. Al principio dio unas vueltas al
jardín, corriendo. Pero pronto se aburrió. A
ella le gustaba el desafío de las carreras.
—¿Qué pasa, Elena, que tenés esa trompa?
—le preguntó el abuelo.
—Me aburro, no tengo contra quién correr.
—¿Por qué no corrés contra tu sombra?
—¿Contra mi sombra?
—¿Te da miedo? —la desafió el abuelo.
—¿Miedo, mi sombra? —respondió Elena,
orgullosa—. ¡Estoy lista para correr!
El abuelo dio la señal de largada:
—A sus marcas, listas, ¡ya!
Corrieron, corrieron, corrieron.
Rápido, rápido, rápido.
Elena corrió veloz, más
veloz que las liebres en el
campo.
La sombra corrió ligero, más ligero que
los leones en la selva.
Elena se apuró. Pero la sombra siempre
iba un pasito adelante.
—¡Perdí!, ¡perdí contra mi propia sombra! —refunfuñó enojada.
A Elena no le gustaba perder.
—¡Ahora corran hacia acá! —gritó el
abuelo—. A sus marcas, listas, ¡ya!
Corrieron, corrieron, corrieron.
Rápido, rápido, rápido.
Elena corrió veloz, más veloz que el rayo.
La sombra corrió ligero, más ligero que
las nubes en el cielo.
La sombra se apuró. Pero Elena siempre
iba un pasito adelante.
—¡Gané! —festejó Elena—. ¡Soy más
rápida que mi sombra!
A Elena le encantaba ganar.
Corrió varias carreras. Cada vez que perdía, algunas lágrimas le hacían brillar los
ojos. Cada vez que ganaba, una sonrisa
enorme les sacaba lustre a los dientes.
Al rato, el abuelo se acercó y le dijo:
—Ahora que has ganado y has perdido
muchas veces te voy a enseñar el Gran
Secreto para Vencer a las Sombras. Quien
lo conoce, nunca más pierde una carrera
contra ellas.
—¿Nunca? —preguntó Elena, ilusionada.
—Siempre ganarás —aseguró el abuelo—.
El secreto dice así:
GRAN SECRETO PARA VENCER
A LAS SOMBRAS
Cuando al sol la cara pones,
sombra muerde tus talones.
Corras lento o ligero,
siempre llegarás primero.
Cuando el sol está a tu espalda,
sombra ante ti se alarga,
y aunque corras mucho y duro,
ella ganará seguro.
Elena repitió los versos una vez y otra
hasta que los aprendió de memoria.
—Ahora sí —dijo el abuelo—. Estás lista
para vencer.
Como conocía el Gran Secreto para Vencer
a las Sombras, Elena solamente corrió con
el sol de frente.
—¡Gané!, ¡gané! y ¡gané! —gritó después
de cada carrera.
A Elena le encantaba
ganar. En total, el abuelo
contó ochenta y siete victorias.
Hasta que llegó la noche. Y, de un momento a otro, todas las sombras desaparecieron del jardín. La sombra de Elena
también.
Como no tenía contra quién correr, Elena
entró en la casa. El abuelo había cocinado una inmensa tortilla de papas.
Pero Elena estaba tan cansada que después
de comer cinco bocados apoyó la cabeza
en el plato, con la tortilla de almohada.
¿Quién no habría tenido sueño, después
de tantas carreras? Al final, la tarde en
casa del abuelo había resultado de lo
más emocionante.
Cuando Elena se durmió, su abuelo salió
al jardín. Al principio todo estaba oscuro.
Pero, de repente, salió la luna. No bien
asomó su hocico blanco por detrás de
los árboles, todas las cosas recuperaron
su sombra.
Ruth Kaufman (Argentina), Sudamericana
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